2ª de PASCUA: domingo de la MISERICORDIA
De nuevo hacemos un paralelismo entre la situación actual y las vivencias que nos propone la liturgia. Los discípulos están en casa con las puertas cerradas por miedo a las represalias de los fariseos. Nosotros estamos igualmente encerrados para defendernos de un enemigo invisible. Que la experiencia Pascual haga presente a Jesús entre nosotros y pasemos del miedo a la paz. Dejemos a un lado todo sentimiento negativo y pongamos a rendir nuestros talentos para ayudar a los más necesitados.
No les resultaba fácil a los discípulos expresar lo que estaban viviendo. Se les ve acudir a toda clase de recursos narrativos. El núcleo, sin embargo, siempre es el mismo: Jesús vive y está de nuevo con ellos. Esto es lo decisivo. Recuperan a Jesús lleno de vida.
Los discípulos se encuentran con el que los ha llamado y al que han abandonado. Las mujeres abrazan al que ha defendido su dignidad y las ha acogido como amigas. Pedro llora al verlo: ya no sabe si lo quiere más que los demás, solo sabe que lo ama. María de Magdala abre su corazón a quien la ha seducido para siempre. Los pobres, las prostitutas y los indeseables lo sienten de nuevo cerca, como en aquellas inolvidables comidas junto a él.
Ya no será como en Galilea. Tendrán que aprender a vivir de la fe. Deberán llenarse de su Espíritu. Tendrán que recordar sus palabras y actualizar sus gestos. Pero Jesús, el Señor, está con ellos, lleno de vida para siempre.
Todos experimentan lo mismo: una paz honda y una alegría incontenible. Las fuentes evangélicas, tan sobrias siempre para hablar de sentimientos, lo subrayan una y otra vez: el Resucitado despierta en ellos alegría y paz. Es tan central esta experiencia que se puede decir, sin exagerar, que de esta paz y esta alegría nació la fuerza evangelizadora de los seguidores de Jesús.
¿Dónde está hoy esa alegría en una Iglesia a veces tan cansada, tan seria, tan poco dada a la sonrisa, con tan poco humor y humildad para reconocer sin problemas sus errores y limitaciones? ¿Dónde está esa paz en una Iglesia tan llena de miedos, tan obsesionada por sus propios problemas, buscando tantas veces su propia defensa antes que la felicidad de la gente?
¿Hasta cuándo podremos seguir defendiendo nuestras doctrinas de manera tan monótona y aburrida, si, al mismo tiempo, no experimentamos la alegría de «vivir en Cristo»? ¿A quién atraerá nuestra fe si a veces no podemos ya ni aparentar que vivimos de ella?
Y, si no vivimos del Resucitado, ¿quién va a llenar nuestro corazón?, ¿dónde se va a alimentar nuestra alegría? Y, si falta la alegría que brota de él, ¿quién va a comunicar algo «nuevo y bueno» a quienes dudan?, ¿quién va a enseñar a creer de manera más viva?, ¿quién va a contagiar esperanza a los que sufren?
José Antonio Pagola
+ Cardenal Eduardo Pironio Primera Carta Pastoral 26 de mayo de 1972
Hace mucho que vengo insistiendo en la Iglesia de América Latina como Iglesia de la Pascua. Hoy quisiera comprometerlos a ustedes a que todos juntos hagamos de nuestra Diócesis una "Iglesia Pascual".
Hoy quiero sencillamente presentarles tres características que me parecen esenciales y urgentes:
una Iglesia Pascual es una Iglesia en esperanza, una Iglesia en comunión, una Iglesia en misión.
Pero antes quisiera aclararles una cosa. Una Iglesia Pascual no es precisamente una Iglesia triunfalista.
Al contrario, es la Iglesia de la cruz y la esperanza, de la muerte y la fecundidad, del anonadamiento y de la exaltación. Una Iglesia Pascual es esencialmente una Iglesia pobre. Una Iglesia que vive la libertad del desprendimiento y el gozo profundo del servicio. Una Iglesia que "va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que Él venga" LG 8). Nada más contrario a una Iglesia Pascual que la seguridad humana, la tentación del poder, o el deslumbre del prestigio. Una Iglesia Pascual es la que simplemente anuncia y celebra que Cristo murió y resucitó, que se entregó totalmente y vive entre nosotros, que subió al Padre pero sigue peregrinando en el interior de la historia.
En otras palabras, una Iglesia Pascual es signo e instrumento del Señor Resucitado. Es decir, una manifestación cotidiana de Jesucristo. Es lo único que importa. Es lo único que salva.
La vida de un cristiano, la vida «resucitada», no debería ser como la de las demás personas; debería ser una vida vivida en paz (DOMINGO: «Paz a ustedes»); una paz que se alimentara de la presencia constante de Dios (LUNES: «El Señor está contigo»). Debería ser un re-nacimiento diario (MARTES: «Con Nicodemo») como personas salvadas, es decir, personas que conocen bien el sentido último de sus vidas (MIERCOLES: «El que obra la verdad, se acerca a la luz»), y que poseen ya desde ahora una vida eterna, total (JUEVES: «El que cree en el Hijo, posee la vida eterna»). Personas cuya vida se multiplica como el pan de cada día (VIERNES: «La multiplicación prodigiosa»), y que descartan los temores básicos que aterrorizan al resto de la gente (SABADO: «Soy yo, no teman»). Semana en la que meditamos sobre qué aporta a nuestra vida el ser una vida «resucitada».